Conversaciones de una tarde.

Primer acto: Habíamos tratado de vernos en las últimas semanas. Tanto ella como yo habíamos tenido visitas y asuntos por resolver.
Nos conocimos en el Instituto. Yo comenzaba los primeros pasos que ella ya había cursado.
En esa época, sentía un entusiasmo mezclado de miedo y de éxtasis por comenzar el aprendizaje de un nuevo idioma.

Nunca había pensado venir a vivir en estas tierras. Mi vida había entrado en un estado de calma en los últimos años. Pensaba que los sueños habían desaparecido. Estaba en una burbuja de conformidad. Una parte de mi ser decía: basta.

Pero como dicen: si quieres hacer reír a Dios, cuéntales tus planes.

Sin querer y sin planificar comencé otro episodio.

Segundo acto: ¿Cómo? ¿Cuándo comenzó? … Mirando la lluvia, trato de recordar la manera que nos conocimos. ¿En un salón? ¿Lo había visto ya en una revista? ¿O lo vi en la televisión? No, no puedo. Lo que sí recuerdo y llevo conmigo, es el mundo que me permitió conocer.


Caminando por Tokyo en esos días de lluvia y sol. Hice una parada por Ueno, tenía una cita con Diego en The Western Museum of art en Ueno*. Habían pasado algunos años de la última vez que nos vimos en París.


Bajo los cuervos, me hice paso y entré directamente a la sala donde me esperaba. Con deleite seguí la forma ordenada de los japoneses, hasta que ya no pude más y me puse a buscarlas, a él y a ellas. La adrenalina me llevaba a recorrer cada rincón como un ave rapaz, al tanto, a ver en qué momento aparecían. Esta vez los sorprendería.

Nuevamente. – ¡Ay! ¡qué ingenua soy! Diego estaba allí y me hizo otra vez la misma broma, no trajo consigo a las Meninas. Quizás algún día vea el reflejo de ellos. Quizás algún día camine por los pasillos del Prado.

*Es una estación de la línea Yamanote. Para mí, es como la isla de los museos de Berlín. En este espacio verdoso, encontraremos diferentes salas de exposición.

La gente que encontramos al viajar

Los amigos de la ruta son diferentes a las amistades que conoceremos en la ciudad donde vayamos a quedarnos. Son amigos de tránsito, que nos permiten pasar el tiempo de espera para un embarque o transbordo. Amistad instantánea del aire y de la tierra.
Con su libro de viaje: La chica turca que venía al Perú a reunirse con su hermano. Hablaba ya español. Y quería conocer Cuzco. Tenía una maleta grande de tela como valija principal. Cabello largo negro, delgada, de fina silueta, alta y de gran sonrisa. Había vivido en Francia. Compartimos nuestras vivencias. Al final, un cálido abrazo de adiós. De ese adiós de una amistad pasajera.
Compartir I: El chico que iba a Italia. Recuerdo que era aficionado al fútbol. Esperamos un rato el transbordo en Madrid, yo regresaba a Lyon. Lo peculiar que justo antes de pasar la puerta de embarque en Lima, su mamá o tía llegó a pasarle un pedazo de queque, el cual compartió. Fue un último gusto de sabor de casa en el cielo.
Compartir II: La chica que iba a Italia. Estaba triste, le quitaron su jugo en el control de París. Y con el miedo que me pasará lo mismo, me dijo: si no te dejan pasar el pollo a la brasa, lo comemos aquí mismo. Dulce complicidad de unos minutos.
Sin pestañear: El viajero anónimo que no se movió ningún segundo ni para ir al baño. Creo que se limitó a comer. Felizmente, me senté en el asiento pasillo. Horas de incertidumbre, ¿estaba vivo? Horas de envidia, ¿Cómo es posible que pueda dormir tan apacible? Conclusión: Tengo que viajar con doble cojín y una copa más de vino.
El mundo es pequeño: La chica francesa, de cabello corto que resultó ser una compañera de colegio de Lucia. Vivía en Perú, había encontrado unas prácticas profesionales. Estaba feliz. Pasaba sus horas en Lima en bicicleta. Bueno, su Lima era Miraflores, Barranco y ciertos pasajes de la Costa Verde. Recordaba a Lucia con gran estima.
Un nuevo acento: Una pareja de australianos en la estación Shinagawa1, esperando el Shinkansen2 a un destino que queda vacío en mi memoria. ¿Quizás iban al norte? Llegaron temprano porque el taxi fue rápido en las vías de la autopista, éstas estuvieron claras como el cielo en esa mañana. Estaban sentados cerca del vagón 15. Era una pareja de australianos, jubilados y viviendo aún la posibilidad de ver nuevos lugares. La abuelita inició la conversación en un inglés que aún no había escuchado. Nos contaron que habían encontrado a una chica puertorriqueña cuyo padre era japonés. Además, ellos habían cruzado unas palabras con un chico de Dinamarca mientras compraban el desayuno en un convini3 de la estación. Ella vestía una camiseta celeste y lentes marrones, él una camisa blanca de tonos celestes. Él más tímido al hablar y nosotras con miedo que nuestro inglés no fuese bueno. Unos minutos y un bello encuentro se creó.
Los viajes en carretera: Son comunes en Francia, económicos y agradables en cierta manera. Un punto a considerar es el límite de la maleta, tanto talla como peso. Es una buena opción para aquellos que gustan socializar. Por unas horas, hay terapia de grupo en ruedas. Algunos comparten ciertos consejos de inmobiliaria, otros sobre turismo y habrá aquel que ignora totalmente a sus compañeros de viaje, porque solo optó por este medio de transporte por estar corto de ingresos. Bueno, le covoiturage4 permite también practicar el idioma y conocer parte del sistema.
Los viajes en tren: Momentos de reposo mientras no haya huelga, sino comienzas a imaginar que así podría ser el infierno, el tiempo se paraliza y tus nervios explotan. Momentos humorísticos si se viaja en familia y/o entre amigos. Optimicemos el trayecto con una lectura. En este ambiente puede haber un niño o bebé que decidirá que tú te convertirás en su compañero de juegos. Hay que ser polivalente.
¿Cuántas personas han conocido en sus viajes?
1 Shinagawa es el nombre de una estación de trenes de Tokyo.
2 Shinkansen es el nombre de líneas ferroviarias de alta velocidad.
3 Convini es el nombre japonés para tiendas de 24 horas.
4 Le covoiturage es el nombre en francés para indicar una dinámica de viaje en automóvil.